Aquel día no esperaba beber un caffè macchiato en el tope de la Basílica de San Pedro en la Ciudad del Vaticano. Aunque fue inesperada, esta experiencia se convirtió en uno de los recuerdos más valiosos que guardo de Roma.
En 2010, estaba de viaje con mis padres en Roma. Después de disfrutar de los lugares típicos, como la Fontana di Trevi y el Coliseo, no podíamos esperar más para visitar la Ciudad del Vaticano.
En ese momento, había una pequeña cafetería en el lugar más alto de Roma, a unos pasos de la cúpula de la Basílica. Podría decirse que no había lugar más cerca del Cielo para tomar una taza de café.
El lugar era humilde, en marcado contraste con el esplendor de la Ciudad del Vaticano. No tengo ni idea de su aspecto actual, pero en aquel entonces me pareció que estaba tropezando con una cafetería italiana común y corriente en una ciudad pequeña.
La pequeña cafetería con sus sillas de plástico y una vieja máquina de espresso no encajaba en la majestuosidad del palacio católico más emblemático de todos. Las mejores cafeterías de Caracas de la actualidad parecían más dignas.
El café tenía un aura tan sencilla que se escondía a la vista. Tanto así, que decenas de turistas le pasaban por un lado, ignorándolo por completo.
Antes del Vaticano
El otoño estaba por terminar. Los días eran cada vez más fríos y cortos. Incluso en Roma hacía demasiado frío para nosotros. Era mi primera vez en la vieja ciudad y desde entonces quisiera regresar una vez más.
Roma tenía mucho que ofrecer, y aunque conocimos a algunos lugareños que no estaban muy contentos de tener tantos turistas alrededor, guardo ese viaje muy cerca de mi corazón.
Antes y después de visitar la Ciudad del Vaticano, disfruté de muchas tazas de café. No podría contar cuántos deliciosos cappuccinos, cafés con leche y espressos me tomé durante esos días.
Además, las cafeterías italianas tienen unos postres estupendos para acompañar el café. No puedo ser objetivo acerca de esto porque la pastelería italiana es una de mis favoritas.
Tomar un café junto con un dulce es una de los placeres más sencillos y gratos que se pueden tener, especialmente con buena compañía. En Roma, disfruté todo lo que pude del cannoli, el biscotti y el gelato.
Mamma mía! ¡Una verdadera delicia!
En cuanto al postre más cafetero que conozco, prefiero comer Tiramisú después de la comida o la cena. Su delicioso sabor a café es suficiente por sí solo.
Il Foro Romano fue otro lugar muy especial en nuestro viaje. Fue emocionante encontrar el nombre de un antiguo antepasado entre las ruinas. Según algunas fuentes, Valerio parece descender de los más altos emperadores de Roma.
Sin embargo, no puedo comparar nada de Roma con la Ciudad del Vaticano. Ni siquiera encontrar una prueba sólida de mi linaje imperial (¡ja!)
551 escalones: desde el suelo hasta la cima
El ascensor hasta la Cúpula nos pareció caro. En aquellos tiempos todos estábamos en buenas condiciones para subir los 551 escalones hasta la cima.
Acordamos hacerlo a nuestro ritmo, y así lo hicimos. Aun así, fue un pequeño reto.
Al igual que el senderismo, subir los escalones hasta el Duomo es una mezcla de resistencia mental y física. A diferencia del senderismo, subir los escalones no es un proceso agradable.
Era como caminar por un pasillo imposiblemente largo y empinado. La monotonía del recorrido y el cansancio nos motivaba a caminar más rápido. Queríamos llegar a la cima lo antes posible.
Y cuando lo hicimos, supimos que el esfuerzo había merecido la pena.
Un Caffè Macchiato Per Favore, Padre
Aunque el café era invisible para la mayoría de la gente, yo no podía pasarlo por alto. Estábamos acalorados después de subir las escaleras, lo que hacía más difícil de entender que yo quisiera beber una taza de café caliente.
Pero si algo tengo claro, es que a quién menos le debo explicaciones acerca de mis preferencias es a mí mismo.
Me acerqué a la barra y, tras un examen más detallado, me di cuenta de que el barista llevaba un hábito de sacerdote.
Criado como católico, no podía perder la oportunidad de probar una taza de café allí. Miré hacia atrás y le pregunté a mi papá si también quería una taza de café.
El favorito de mi papá es el caffè macchiato, así que cuando dijo que sí, pedí dos.
Han pasado más de diez años desde aquel momento, y todavía recuerdo el sabor, el olor y la textura de aquel café.
La escena era extraordinariamente común. Ni las sillas, ni las mesas, ni la barra tenían una sola característica destacable. Pero cuando tomé el primer sorbo, no pude resistirme y cerré los ojos.
Desde ese mismo momento, supe que iba a ser una de las mejores tazas de café de mi vida.
Mi padre y yo disfrutamos de esa taza despacio, sentados en las sillas de plástico de aquel café tan peculiar. Mi madre no quería café, pero se unió a nosotros. Nos reímos un poco. Nos pareció un poco tonto pero heroico subir tantos escalones para llegar hasta allí.
Cuando terminamos, nos levantamos y tratamos de absorber la belleza de la vista, tanto como el sabor del café que acabábamos de tomar.
Por suerte, tomamos algunas fotos, las mejores que conservamos de Roma.
Luego, de vez en cuando, recordamos ese viaje.
A veces, hablamos de los amargos encuentros con algunos lugareños maleducados.
Otras veces, sonreímos al ver la foto de las ruinas con el apellido Valerio grabado.
Pero siempre recordamos esa taza de café.